sábado, 17 de mayo de 2008

Futuro sin mí

Bebo níveas bocanadas de futuro
dibujando mis sueños de mañana
que serán las decepciones de mis hijos
y ojalá las conquistas de mis nietos

Amnistía para las víctimas del tiempo
la esperanza organizó el motín
y ya danzan los viejitos y las flores
desencorsetados de fechas de caducidad

Constato una vez más que la vida
se declara vencedora en cada muerte
que la utopía se prolonga
huyendo resbaladiza
de los tentáculos del calendario

No es absurdo hipotecar
luchas descansos pasiones
por las casas del futuro en las que nunca dormiré
pero que no estarán deshabitadas
siempre quedarán promesas
danzas viejitos y flores
siempre habrá otra generación
y otra regeneración
de ideales y batallas
de saludable descaro

Bebo níveas bocanadas de futuro
alentada por el porvenir que me espera
aunque sea más allá de esta mi vida
aunque sólo mi ausencia lo contemple
mientras yo ría mecida por la nada
en aquel futuro sin mí

3 comentarios:

Kaminant dijo...

Simplemente, me encanta.

Álex dijo...

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, al lado de unas palmeras datileras. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis para que sus camellos abrevaran y vio a Eliahu sudando mientras escarbaba en la arena.

–¿Qué tal, anciano? La paz sea contigo.

–Y contigo –contestó Eliahu sin dejar su tarea.

–¿Qué haces aquí, con este calor y esa pala en las manos?

–Estoy sembrando –contestó el viejo.

–¿Qué siembras aquí, Eliahu?

–Dátiles –respondió Eliahu mientras señalaba el palmar a su alrededor.

–¡Dátiles! –repitió Hakim. Y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez del mundo con comprensión–. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.

–No, debo terminar la siembra. Luego, si quieres, beberemos...

–Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?

–No sé... Sesenta, setenta, ochenta... No sé... Lo he olvidado. Pero, ¿eso qué importa?

–Mira amigo, las datileras tardan más de cincuenta años en crecer, y sólo cuando se convierten en palmeras adultas están en condiciones de dar fruto. Yo no te estoy deseando el mal, y lo sabes. Ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente podrás llegar a cosechar algo de lo que hoy estás sembrando. Deja eso y ven conmigo.

–Mira, Hakim: yo he comido los dátiles que sembró otro, otro que tampoco soñó con comer esos dátiles. Yo siembro hoy para que otros puedan comer mañana los dátiles que estoy plantando.

–Qué gran lección me has dado, Eliahu. Por favor, déjame sembrar contigo.

Rosalía dijo...

Gracias, Kaminant, me alegran tus palabras

Gracias, Álex, por tu sabiduría sencilla siempre. Escuché el cuento hace muchos años, pero lo había arrinconado en algún lugar de la memoria. Bienaventurados tantos Eliahus que siembran...

Un abrazo

Rosalía